El síndrome subacromial o impingement se define como un estrechamiento del espacio subacromial del hombro, provocando una compresión de las partes blandas que discurren en su interior. Este espacio está delimitado por dos estructuras rígidas, ligamento coracoacromial y articulación acromioclavicular (por arriba) y tuberosidad mayor y menor del húmero (por abajo).

El término síndrome de pinzamiento subacromial o síndrome de impingement subacromial es usado extensamente, porque este engloba varias patologías del manguito rotador, formado por los tendones de los músculos supraespinoso (arriba), infraespinoso y redondo menor (posterior), subescapular y porción larga del bíceps (anterior).

supraespinoso

infraespinoso

redondo menor

subescapular

bíceps braquial

Clínicamente se diferencias tres fases denominadas “Estadios de Neer”:

  • Estadio I: edema e inflamación del tendón supraespinoso. (Mayores de 25 años con sobreuso de la articulación).
  • Estadio II: fibrosis y engrosamiento de los tendones y la bursa subacromial (25- 40 años).
  • Estadio III: rotura del manguito. (Mayores de 40 años).

El diagnóstico se deduce tras la realización de una anamnesis completa (desencadenante del dolor y localización del mismo, tiempo de evolución, profesión, actividades deportivas, etc.), exploración clínica y realización de pruebas diagnósticas, siendo la ecografía la herramienta más idónea en la mayoría de los casos.

Para poder ofrecer un tratamiento certero primero tenemos que llegar a un diagnóstico de certeza.

La evidencia científica concluye que los pacientes con síndrome subacromial tratados conservadoramente (programa de ejercicio físico, fisioterapia o infiltraciones) tienen  la misma probabilidad de mejorar a largo plazo que los pacientes sometidos a cirugía.

El tratamiento quirúrgico no está exento de riesgos y requiere un periodo mínimo de convalescencia de 6-8 semanas y tratamiento rehabilitador posterior de otras 8–12 semanas.

Existen numerosas publicaciones en busca del tratamiento más eficaz y sus resultados son muy heterogéneos al tratarse de una articulación tan compleja, pero de forma global se admite que se debe comenzar con tratamiento conservador:

  • Se aconseja evitar movimientos repetitivos por encima de la altura de la cabeza.
  • Ejercicio terapéutico. Los programas de ejercicios bien diseñados son claramente recomendables tanto en fase aguda como crónica, así como previos a cualquier intervención quirúrgica.
  • Reeducación neuromuscular (ejercicios propioceptivos). En deportistas es fundamental “reeducar el gesto”.

¿Por qué fortalecer el manguito rotador?


El objetivo es encontrar en equilibrio entre los músculos que deprimen y los que elevan la cabeza humeral para evitar el pinzamiento.

Durante los movimientos de flexión y abducción del hombro, el deltoides ejerce una tracción craneal de la cabeza humeral (disminuyendo el espacio subacromial); esta fuerza es contrarrestada a través de la acción conjunta de los músculos infraespinoso, redondo menor y subescapular (manguito rotador), que llevan a cabo la tracción caudal de la cabeza humeral de manera compensatoria (evitando así el “conflicto subacromial”).

El programa de ejercicios debe incluir el fortalecimiento del manguito (músculos depresores mencionados anteriormente) y de los llamados estabilizadores escapulares.

La programación del ejercicio se debe realizar de forma individualizada.

¿Y las infiltraciones?


Una infiltración es la introducción de una substancia mediante una jeringuilla en cualquier zona del cuerpo.

No siempre se infiltran corticoides, de hecho cada vez se utilizan menos debido a que actualmente existe un amplio abanico de productos beneficiosos que se aplican a través de infiltraciones.

El objetivo de infiltrar un fármaco de forma local permite que el medicamento vaya directo al tejido que queremos tratar y tengamos un resultado más rápido y duradero. Además evitamos los efectos secundarios sistémicos de los medicamentos que se administran por vía oral o intramuscular.

Las infiltraciones ecoguiadas nos aportan más fiabilidad y menos riesgos que las clásicas realizadas “a ciegas”.

¿Tienen algún peligro?


El principal y más importante es el riesgo de infección, pero son relativamente infrecuentes ya que la sufre 1 de cada 10.0000 pacientes infiltrados. Por ello las infiltraciones deben ser siempre realizadas por profesionales formados y en estrictas medidas de asepsia.

Otro riesgo es el síncope vasovagal, que consiste en que el paciente se puede marear tras la punción. Esto es mas frecuente en los pacientes muy nerviosos y en aquellos que no han recibido una adecuada información sobre la técnica que se les va a realizar. No es una situación grave y suele revertir de forma espontánea en pocos segundos.

Existe el riesgo de rotura tendinosa si se infiltra el corticoide dentro del tendón. Este riesgo desaparece si la infiltración se realiza guiada con ecografía.